Por Prof. Sergio Lerma Lara. Director de la Clínica Universitaria La Salle

Las enfermedades inmunomediadas (EIM) no son solo un problema biológico: también tienen un gran impacto emocional y social. Aunque los tratamientos médicos han mejorado el control de la inflamación, muchos pacientes siguen enfrentando dificultades psicológicas, sociales y fisiológicas que afectan su calidad de vida.

Carga psicológica y riesgo de trastornos mentales

Las personas con EIM tienen un riesgo más alto de sufrir depresión, ansiedad o trastornos afectivos. Un estudio reciente en Reino Unido con más de 1,5 millones de participantes mostró que estas enfermedades casi duplican la probabilidad de desarrollar problemas de salud mental, sobre todo en mujeres. De manera similar, un análisis de Dinamarca con más de 3,5 millones de personas encontró que la hospitalización por una EIM aumenta en un 45 % el riesgo de sufrir trastornos del estado de ánimo. Estos resultados confirman la relación entre inflamación crónica y alteraciones emocionales.

Estigma social y bienestar emocional

Las enfermedades cutáneas de origen inmune, como la psoriasis, el eccema o el vitíligo, generan un fuerte impacto social y emocional. Al ser visibles, provocan estigmatización, rechazo y aislamiento, lo que afecta directamente a la autoestima. Como consecuencia, se observa una mayor prevalencia de síntomas depresivos y ansiosos, junto a una notable reducción de la calidad de vida.

Mecanismos neurofisiológicos: estrés inmunológico

Hoy sabemos que el estrés psicológico crónico influye directamente en la respuesta inmune. Una de las vías principales es el eje hipotálamo–hipófisis–adrenal (HPA). Cuando este se altera, se modifican los niveles de cortisol y aparece un estado inflamatorio persistente. Este proceso explica cómo las experiencias emocionales de los pacientes pueden contribuir a mantener la inflamación y los síntomas.

Intervenciones psicosociales con efectos inmunomoduladores

La evidencia científica confirma que las intervenciones psicológicas mejoran no solo la salud mental, sino también el funcionamiento del sistema inmune. Terapias como la cognitivo-conductual o el mindfulness han demostrado reducir los niveles de citocinas inflamatorias y mejorar el bienestar emocional. De manera complementaria, otras estrategias centradas en la regulación emocional también han mostrado efectos positivos sobre el eje HPA y la inflamación.

Conclusión

Las EIM producen un impacto psicosocial complejo que combina carga mental, estigmatización y alteraciones neuroendocrinas. El sufrimiento emocional, el aislamiento y la disfunción del eje HPA reflejan esta complejidad. Incorporar intervenciones psicológicas y sociales basadas en la evidencia es clave no solo para aliviar el malestar psicológico, sino también para modular favorablemente la respuesta inmune. Por ello, un abordaje integral e interdisciplinar es fundamental para mejorar la calidad de vida de estos pacientes.

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